Es una persona muy insegura y no se atreve a recordar el día de hoy, 6 de septiembre, de un año en el calendario en el que escribió la carta dirigida a una dama luego de unirse en bendito matrimonio. Él sabe que a veces recordar es morir. Ahora le ronda por la cabeza escribir otra carta quizá la última después de tantos años. En la vida lo más triste no es ser desgraciado del todo, sino que te falte poco para ser feliz y no poder conseguirlo. El hecho de que después de tantos años aún se sostenga en pie le implica tres beneficios: uno, que sigue vivo; dos, una esperanza que renueva cada día; y tres, que aún mantiene ciertos niveles de cordura que le permiten hilvanar conceptos con la palabra expresando inconformidades, penas, frustraciones y no pocas decepciones, aunque también algunas risas, alegrías, y lo que él se atreve a llamar santa poesía. Sin pretenderlo, mantiene su mente activa. De cuando en vez justifica su fidelidad para con la vida considerando los conceptos de la naturaleza humana: respetando los sentimiento de los demás. Pero no niega que últimamente escribe e-mails comprometedores en su ordenador que archiva en el "borrador", aunque sostiene que son por encargo y que no cobra por ellos. Su mente, hoy, no está para una mejor comprensión de las cosas pero aún le quedan fuerzas para entrar en "varios" y buscar la carta. La encuentra, pero le asusta abrirla. Hace mucho tiempo desde que la escribió y no se cree capaz de entender una lengua quizá muerta, el idioma ha evolucionado mucho en los últimos años. De la carta recuerda palabras sueltas, impresiones, sensaciones, miradas perdidas y un pacto de silencio: no hurgar en el pasado y menos interpretarlo en tiempo presente. Torpe y viejo, no sabe que los sentimientos que emanan del corazón sin un final escrito a sangre y rubricado por las partes no prescribe. Los sentimientos se engullen en sí mismos y como una bola de nieve en caída libre se hacen cada vez más grandes. Pero más que torpe y viejo es "tacaño", y no quiere pagar el precio que le exigiría tomar una decisión con su compromiso en los años altos de su vida, así que sin abrir la carta, cerró su correo electrónico y siguió jugando al solitario como todos las tardes... (Hoy, al llegar la noche, y con la disculpa de una decisión ya tomada, sin reproches y deslucido su futuro, cogerá papel y lápiz y se acogerá al presente sin disimulos: escribirá sobre en él su última carta... En la posdata, dice que acogerá resignado el titular que se le asigne en el obituario).
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