Ayer tarde acompañé a una amiga a una importante librería. Cuando mi amiga entra en una librería dejo de tener amiga, y eso sí que es una pena, pena, ay, penita pena. Me pueden raptar y no se enteraría... Pues eso: solo le apasiona la lectura de un buen libro. Entonces, mientras ella estaba a lo suyo que son los libros y nada más, yo me entretenía observando lo bonito que estaba todo y lo bien que tenían ordenados los libros; también la venta que se hacía. De todo en lo que me fijé, hubo algo que me resultó realmente curioso: una de las secciones que más venta tenía era la que se refiere a los libros de autoestima, autoayuda. Manuales de vida... Maneras de vivir. Supongo que la razón, tanto para adolescentes como adultos, es que andamos metidos en una lucha desesperada por encontrar respuestas. Creo que algo falla. Necesitamos jóvenes motivados que estén llenos de proyectos, que luchen por alcanzar sus propios ideales, sueños posibles, utopías sino. Que no crean que la vida es eso que les damos los padres envuelto en papel de celofán sin apenas esfuerzo. Los padres debemos inculcar a nuestros hijos motivaciones válidas para transcurrir por este mundo lleno de dificultades e incertidumbres; es decir, razones diferentes que les brinden opciones menos pasajeras como una noche de fiesta o un momento alucinante. ¿Los padres culpables de que los hijos sucumban ante el alcohol y las drogas para llenar sus vacíos en un medio que solamente les ofrece mejor tecnología pero que se olvida de la esencia humana: el amor y la santa poesía que es la vida misma? ¿Solo en parte? No sé, pero algo falla. Eso fijo.
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