Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas
a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol
en verano
y se calla.
(? ¿Dije tranquilamente? falso, falso:
uno se sienta inquieto, haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas
que permanecen indiferentes al paso de la primavera
una primavera urbana que asoma con timidez los flecos
de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a
punto de ser de polvo.)
Eso es cierto, tan cierto
como que tengo un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada corresponde:
Ángel
me dicen
y yo me levanto
disciplinado y recto
con las alas mordidas
quiero decir: las uñas
y sonrío y me callo porque, en último extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras.
Conciencia
No sé cuáles serán tus sueños hoy, pero yo lucharé por ellos si tú no quieres luchar, si tú me dejas yo lucharé por tus sueños. Si crees que nada merece la pena... si crees que todo es igual... que nada importa... que todo sea inútil... Dime, háblame, que yo tengo conciencia y sé de mí tanto como de ti misma. Conciencia: Nada es inútil. Las palabras, los sueños. Nunca dejes una palabra por decir ni permitas que tus sueños queden como recuerdos del pasado. Y si no tienes sueños, ni una palabra por decir, si crees que nada merece la pena acuérdate de mí. Del que sabe llamar a las cosas por su nombre... Amor.
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