miércoles, 7 de septiembre de 2011

Yo, su fracaso de amor

La cálida tarde cambió repentinamente, tarde de verano, cálido verano que parece nunca acabar. Y lo que era el preludio de un crepúsculo de amor, de repente cedió el paso a un torrencial aguacero. Es tiempo de aguaceros y pedriscos en esta parte del país. La lluvia cuando viene a modo de orbayu se agradece, es relajante, pero si viene de frente y acompañada de pedrisco es como un caballo salvaje que te golpea la cabeza como la música enlatada. La avalancha de agua y pedrisco arrasa con todo lo que encuentra a su paso, barrancos, veredas, arboledas... incluso la distancia se aleja. Y las personas también se alejan si hay tormenta. Las tormentas distancian a la gente. Quizá sean otra clase de tormentas, pero son tormentas igualmente. Agua, siempre agua entre nosotros. Acabaré ahogándome en tu mar si no haces nada para impedirlo... Entonces, fría y calculadora, y sin mirarme, cogió su paraguas y bailando bajo la lluvia pero sin cantar, solo gritando que estaba harta de mi comportamiento inmaculado y mi buen rollo, de mi verborrea siempre perfecta, de mi ego y de mis humillantes éxitos, se fue alejando por la calle abajo... Y yo, según la veía alejarse parecía que le iba entrando más aire en los pulmones a la vez que un ansia aparente de libertad dibujaba una sonrisa en su rostro.
 
Enamorado de su risa y su mirada, yo solo maquiné un plan para mirar el mundo con sus ojos y ella feliz se fue bailando bajo la lluvia. ¿Una disculpa? Yo, su fracaso de amor.

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