Mi esposa, antes de ir a trabajar (sí, ahora trabaja, se empeñó en dar la razón a Rajoy. Yo le digo que vale, mientras no le vote. No. Prometo por Apóstoles que nada sabía) me explicó la faena que tenía (yo) para hacer antes que apareciera Patricia con Ian por esa puerta. Luego ya sabe que solo estoy para Patricia e Ian. Y al despertar, incluso antes, escribir. ¡Joder, dona!, ¿qué no entiende a estas alturas de la película? Siempre igual, soy predecible: Un café en una mano y en la otra el teclado para escribir el día que me gusta vivir. No puedo hacer más aunque quisiera.
No es asunto fácil para mí, en un mundo ambivalente, donde las cosas son y no de un día para otro, seguir el ritmo que me imponen las circunstancias. Con 5 millones de parados ahora a mi esposa le da por trabajar. Estupefaciente dije sí y debí decir no. Cuando vuelva las cosas estarán como las dejó (ni recuerdo lo que me explicó). Así soy yo, un paisano de antes: Desafiante diré no.
Es cuestión de perspectiva nomás, o sea, la interpretación que uno haga desde su punto de vista. Casi sordo, mi vista es panorámica y alcanza el horizonte más lejano. Si ella quiere trabajar que trabaje. Yo no. Y menos en Semana Santa. (Donde Santanás no tienta a Jesús el Cristo estaré, llevándole a dona mis amores).
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