Uno se acostumbra a las palabras y llegan a ser rutina. La rutina tiene encanto. Una amiga me invitó a café en el pueblo, me preguntó dónde vivía, me dijo que elegiría un día que le viniera bien y tomaríamos café y hablaríamos de nuestras cosas. Yo solo le puse una condición: que no faltaran las pastas de té. Me dijo vale.
Me llamó un día y fuimos a la cafetería y nos sentamos, y sí, no se olvidó de las pastas de té. Cuando el camarero puso el café en la mesa dijo: estas tazas son diferentes... Pues sí, le contestó el camarero, es diferente el diseño, pero el café es el de siempre. De café entiendo y sé que la taza tiene que ver con el sabor del café. Pero eso no me importó, lo que importó fue que supiera que la taza era diferente.
Supongo que quedar con gente era rutina para ella. No volvió. Como el café y las pastas de té es rutina para mí. La taza mejora el sabor del café. Y la compañía de una amiga, nomás la ausencia que llega a ser pura rutina.
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