Según me cuenta, la historia la escriben los vencedores: en principio no estoy de acuerdo. Porque hay palabras a las cuales se les atribuyen múltiples significados. Solo es adecuarlas a las pretensiones del autor. Según quién sea el autor (fiable, talentoso, amigo de sus amigos), la palabra es aceptada y entendida sin el más mínimo escrutinio semántico o filológico de su significado.
Yo, por decir y sin ofender al lector (¡calla por Dios!), cuando escribo, mis asuntos inaplazables me obligan a desentenderme de las pobrezas del pueblo y escribo a modo de Alicia en el País de la Maravillas. Y esa no es la realidad, ni siquiera es la verdad. Además improviso mucho, demasiado, e invento cosas. Bueno, sin haber vencido en ninguna batalla se pudiera decir que escribo la historia... Por decir, su identidad es el conjunto de circunstancias que la constituyen, que la hacen sentir verdadera: su estatura, su pelo, sus ojos y su mirada, su estado civil, su domicilio, su número de teléfono, ay. Qué no daría por ser un escritor con credibilidad y que alguien me tomara en serio para escribir un capítulo de la historia de esta patria. Trataría de interpretar las ideas, los valores de la cultura que tantas discusiones y teorías ha levantado. Y lo escribiría con pelos y señales para que nadie se llame a engaño. Y sin entrar en controversias con la identidad del pueblo. El pueblo nunca fue culpable, que no los votantes. (Y dale). Con perdón.
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