Mientras Rajoy y sus recortes a esquilmar al pueblo, aparece la violencia con su cuñada la delincuencia. ¿Qué más nos queda por ver? El estanco de mi pueblo que mi esposa lleva a medias con la dueña (mi esposa lleva lo que tiene que ver con el consumo y su socia la parte financiera), esta semana robaron dos veces. La primera lo desvalijaron y la segunda rompieron los escaparates y cuando iban a entrar los vecinos les tiraros los despetadores y alguna maceta y solo quedó en un susto. No sé cómo van a explicar al seguro para que paguen los despertadores, las macetas y algún jornal a los vecinos que se durmieron. Pero será tema para otro de soslayo.
Esto va de mal en peor, y no lo digo yo. Según fuentes de toda solvencia (son mis informadoras de siempre, pero así suena más periodístico y creíble) viendo cómo están las cosas, cada día aparecen nuevas modalidades de violencia. Además del asalto al estanco de mi pueblo, que le tienen tomada la medida, está el “secuestro expreso”. Igual ni te secuestran, pero se lo montan de tal manera que cuando llegas a casa crees que te has equivocado de familia: te reciben con los brazos abiertos y vaya por Dios qué cosas ocurren en este país de Rajoy. Son besos y parabienes. Y tú que no sabes de qué va el asunto, estupefaciente, te prestas al juego porque ya ni recuerdas cuándo tiempo hace de los abrazos y los besos. A veces un descuido te hace recordar cuando te querían de verdad. ¡Joder, dona, no me preguntes, pero hoy no puede ser un gran día!. Me siento el ejemplo de la verdadera orfandad del Ser.
Dejaré de criticar a Rajoy y me centraré en mí, en lo que hice mal y lo que hago peor. He de cambiar y apechugar con la realidad que me llevará de vuelta al bendito amor y la santa poesía. Ahora sí que soy pobre de verdad. Y vil por sentirme vulnerable a la maldición del miedo a decir quién soy en realidad: alguien que según amanece va bajando y bajando, y sigue bajando mientras que el ataúd sube.
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