jueves, 5 de junio de 2014

Desprecio con perversidad.

La constancia, la persistencia son rasgos elogiables. También hay que enaltecer el coraje de nunca renunciar a lo que consideramos justo. A veces hay circunstancias reales que nos impiden abandonar cuando consideramos que luchamos por el bien de nuestra familia: La familia, no me canso, la familia. Insatisfacción, angustia, pero rendirse equivaldría a atentar contra la supervivencia familiar y eso nunca. En otros casos permanecemos cuando a todas luces lo razonable y factible sería claudicar, en ese esquema actuaríamos solo por desapego. No es el caso y nunca lo será.

Todo lo que se hace por orgullo se vuelve tóxico. Y nos da a entender que estamos obnubilados y nuestros comportamientos no están orientados por sentimientos de amor sino por protagonismo ajeno que tarde o temprano nos condenará al abismo si no estamos atentos. Desprecio con perversidad. En fín, por mi parte renunciando a lo que haga falta con el fin de trascender en el bendito amor y en la santa poesía, que por primera vez no entiendo... (Este asunto parece que irá para largo y prefiero que se quede en la intimidad. Hasta aquí quiero contar).

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