La lengua es el castigo del cuerpo, por
lo menos para mí, y no hay quien lo niegue. No se habla de otra
cosa por el pueblo. La lengua me pierde. No es que no piense lo que
digo, es mi sentido de la caducidad. Me acelero, creo que llegaré
tarde. En numerosas ocasiones he demostrado mi valía personal pero
tengo miedo a llegar el último... no haré historia. Fijo.
Llevo la política como germen en el
cuerpo desde que nací, y aspiré a ser alguien
en ese ámbito. Pues ahora me aburre, además, sería
incapaz de robar... Luego quise hacerme un hueco en la literatura,
escribir libros, ser respetado y respetable. Y tampoco, entonces
me tuve que dedicar a algo provechoso: ganarme la vida con el sudor de mi frente. ¡Qué drama!. Nunca
estuve de acuerdo, pero tampoco podía elegir, las cosas como son. Pues ahora, convocado
para otros fines, seré intérprete en un lapsus lingüístico que
hará historia (hasta aquí puedo contar).
Escribo por afición y me falta oficio,
necesito una dama para enfrentarme a las ideas que de
otra manera no me salen.
Una dama mi inspiración, mi razón de ser literaria. Un encanto de mujer es
la inspiración necesaria para enfrentarme chabacano pero ilusionado al
de soslayo que da origen al día. Y me siento seguro como un cura en misa, incluso, de ser necesario, el muerto en el cementerio.
La lengua es mi castigo; son deslices verbales. Mi lengua es el
castigo del cuerpo para mí. Alter ego de un escritor que por ser
daría lo que no tiene... (Freud era un genio). Si un día muero por
cualquier circunstancia, a quien lleve la lista de los amaneceres del
día siguiente, le pediré un minuto más de vida para morirme de
vergüenza. O contigo y no resucitar jamás.
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