Nuestro transcurrir existencial es como la representación de una obra teatral. En esa obra cada uno de nosotros ha de realizar un papel, y cuando termina nuestra representación nuestra existencia muere, cae el telón y al final seremos aplaudidos o no, pero nunca resucitaremos. Esta metáfora vale para todas las personas. Hay quien sostiene que los que no se atreven a interpretar su papel en la escena de la vida, los que ante el olvido de un párrafo del guión no improvisan, los que no se arriesgan a decir sin apuntador, con total certeza son incapaces de alcanzar sus sueños. Estos, los que no caminan, los que no se permiten huir ocasionalmente de algún consejo sensato, andan más descarriados que dona sin mí (y yo sin ella... ay), por nuestro pedacito de cielo. En este transcurrir de incesantes convulsiones, hay personas que encajan al dedillo en alguna descripción que el Sabina refiere en sus canciones más melancólicas. Son personas que en vez de apostar por lo desconocido se aferran a lo conocido en una esclavitud permanente. Personas que interpretan la misma obra teatral toda su existencia. Y no digo alegre, porque llevo colgado del alma a quien temerosa de "jugársela" se sujeta a los "alicientes" que asegura un "todo riesgo". Así es ella... Ojalá no olvidemos que todos somos actores principales de nuestra propia vida y que lo fundamental es desempeñar nuestro papel ilusionados por ser y hacer felices a quien bien nos quiere, porque algún día saldremos del escenario y seremos sometidos al juicio de los críticos y al eterno dolor de las plañideras. Nuestro transcurrir existencial, realmente es una obra de teatro que debemos interpretar asumiendo riesgos; que igual que hay héroes hay delincuentes; que están los buenos y están los malos. Ojalá que al final de la vida todos seamos aplaudidos; que cada cual su papel lo ejerza feliz y no triste de morir; que los años que nos van adelantando cambien nuestro transcurrir para que no sea todo tan predecible; que los que evitan "mojarse" se percaten que la pasión por las cosas buenas y las emociones conllevan riesgo. Y si es verdad que una gran mayoría, según revelan las encuestas, no se sienten realizados, que no están satisfechos con su realidad; si creen que nada merece la pena, que lo uno va por lo otro, que lo interesante solo responde al por ciento en términos dinerarios y acciones con criterios razonables. Si uno tiene quejas y carencias de tan diversas índoles, ¿acaso no es mejor que se tire al monte y se pierda? La dama que no me deja ir, cuando en el más absoluto silencio me lee el psique, harta quizá, me dice: "si yo estuviera en tu lugar ya me hubiera suicidado". Qué razón tiene aunque no se la dé, porque ella sabe de mí tanto como yo de ella: o sea. ¿No será mejor cambiar el dial que escuchar la misma machacona emisora toda la vida? ¿Vivimos hoy o esperamos a otro día? Si vivir agradecidos de un nuevo amanecer cuesta lo mismo... ¿y entonces? Nos va la vida en ello.
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