martes, 19 de marzo de 2013

Era un silencio

Era un silencio tan rotundo como un muro donde las frases se estrellaban y un de soslayo atarantado no lograba hilvanar palabras.
Era un silencio que se podía masticar entre el agravio y la desilusión absoluta.
Era un silencio que por momentos se vanagloriaba de serlo.
Era un silencio en estado puro, el fracaso de una esperanza atemorizada ante la amenaza infundada de ser destrozada por un instante vivido bajo el definitivo infinito de la poesía y sus decires más desoladores.
Era un silencio de los que no les queda otro remedio que callar.
Era un silencio de infelices, de los que nunca conseguirán atraer unas palabras sencillas que les salven del naufragio, del infinito dolor y del maldito ruido hueco que se escucha en su interior y procura acallar pronunciando palabras sin sentido.
Era un silencio que clamaba desolación.
Era un silencio que por momentos conseguía estar seguro de ser la mejor opción, la más digna, la más sensata, y porque no, la menos cruel.
Era un silencio compartido con la intransigente soledad: una trágica contradicción que por momentos provocaba sonidos infernales en la mente. En una cabeza a rebosar de pensamientos con dos versiones, dos supuestos y dos conclusiones, y una sola duda.
Era un silencio superior que procuraba un pulso para saber hasta donde resiste el corazón. 
Era un silencio que acompañaba una nota callada de su melodía y se dejaba ver para que la ausencia protagonizara cada uno de sus momentos compartidos, cada intervalo entre esa búsqueda que desesperada llena las horas para apaciguar el dolor de alma.
Era un silencio que pudo ser un breve suspiro iluminado bajo la apariencia de María, la Magdalena, pero que se quedó solamente en un sentimiento de amor por un decir.
Era un silencio que se fue haciendo denso con el paso del tiempo.
Era un silencio cercano al olvido.
Era el silencio más cruel y nada tenía que ver con otros silencios.
Era un silencio roto, se mire como se mire.

Uno pierde poco a poco el peso doloroso que ostenta mientras agoniza el alma. Un sentimiento de amor que apenas pudo ser un algo tibio donde serenar los decires que nunca se oyen ni se dicen porque andan por un camino sagrado.

Quien rehuye, niega o desprecia un sentimiento de amor, disuelve su vida y con ello el vivir las más hermosas experiencias que un ser humano pueda imaginar... No es bueno cerrar los ojos, o mirar hacia atrás, o al cielo temiendo encontrarse con un amor que ha decidido no pasar a la acción y destapar una solución mágica donde ahogarse en un rotundo y eterno silencio. ¿Por qué? Y ella, clavando su mirada en la tierra, pisoteo la rosa roja que le dio su jardinero...

Existen momentos en la vida que uno vive la fuerza de la solemnidad de un duelo cuando agoniza el ser amado. Y solo existen dos formas de expresar ese dolor: un grito rasgado y se acabó... o un silencio prolongado en el tiempo. Días, meses, años... una vida homenajeando a quien ya no está... Y eso que no fue una noticia inesperada: hace tiempo que se sabía que iba a morir en una poesía de mala prosa.

2 comentarios:

  1. UN SILENCIO PROLONGADO EN EL TIEMPO ... !!!

    ResponderEliminar
  2. Hasta que la muerte, cómplice de nuestro amor, nos junte... y entonces la vida ser otra. Muchas gracias. Beso.

    Salud

    ResponderEliminar