No sé, francamente, cómo puede haber políticos que no acaban de convencerse de que éste es un país prodigiosamente rico, incalculablemente adinerado, inimaginablemente abundante, extraordinariamente pródigo, fantásticamente productivo, insospechadamente excedentario, insólitamente promisorio, fabulosamente plutocrático, increíblemente santo, verdaderamente inmaculado, y sobre todo, monárquico. Monárquico por la gracia de Dios. De verdad, no me explico, ni yo ni el papa de Roma que acaba de dimitir, que no el Rey, cómo siendo un milagro de país, el gobierno municipal de Palma de Mallorca les quita la calle a los Duques de Palma para recuperar el nombre original de la Rambla, dejando de denominarse la Rambla de los Duques de Palma. Oprobio mayor en la vida.
En fin, días hay que uno quisiera regresar a la cordura y contemplar sin opinión, y tan solo rezar anónimamente desde la oscuridad para que todo el mundo pueda cumplir sus sueños, incluidos los sueños que propician la honradez. (Supongo que debí hacerle caso a la dama que no me deja ir y aumentar la medicación).
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