"El silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños". Elsa Triolet.
Al leer esta sentencia de Elsa Triolet, novelista, pienso sobre el difícil arte de callar y del riesgo que se corre al hablar cuando alguien escucha. Por eso les digo a los locutores, conferenciantes, charlatanes y politiqueros, o a todo aquel o aquella que tengan algo que decir, que deben manejar los silencios con precisión. Que deben colocar con prudencia los espacios sin sonido. Como psiquiatras que callan esperando la catarsis del paciente. Porque los manipuladores del silencio, ay, dona, el silencio, no deben olvidar que callar cuando no se debe y hablar cuando no se entiende, suprime la comunicación distanciándolos de quienes los escuchan. Por eso, se debe evitar el parloteo que termina igualándose al silencio porque se puentea la opinión del interlocutor al no llegar con posiciones claras e inequívocas a su pensamiento. Son los silencios de los ninguneados por el poder que se acumula en la mentira y presionada, a veces por la evidencia o la vergüenza, no les queda por más que romperse en mil palabras. Sin embargo, en ocasiones el silencio enmudece por sí solo cuando la emoción prevalece y el verbo sucumbe, y no existe en el lenguaje palabras para esconder pensamientos y disimular sentimientos. Son situaciones extremas que desearían provocar con el silencio el espíritu de alguien...
Hay silencios que sufren en lo más profundo del corazón. Como los hay que no dicen porque a nadie los escucha o importa su decir. Hay silencios crueles que maltratan al estar acostumbrados a ser escuchados y acatados: ¡señor, sí señor!. De ahí que, el decir sustancioso y a tiempo, sea indispensable para el que quiera convencer... Entonces, si tuvieras algo que decir y la palabra te enmudece, como diría un poeta: "salta sobre el abismo de su escote por enloquecer con su silencio culpable tu sentimiento de amor... y espera acontecimientos".
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