La trama del viernes

¿Quién inventó el signo de interrogación? ¿Y quién los puntos suspensivos?

Un viernes me levanto temprano y la cuestión acalorada que se me presenta es el signo de interrogación: ¿Habrá café? Resuelvo el interrogante y acudo rápido al lugar impreciso donde cayó el periódico y de nuevo aparece el signo de interrogación: ¿Lo abro o lo tiro a la basura? Un viernes no es para siempre. Hay muchos problemas e injusticias. ¿Podré darles la espalda y seguir mi camino como si no pasara nada? Me voy sin resolver el enigma, pero me lo llevo bajo el brazo. Nunca se sabe. Llego tarde como siempre: El tráfico, la disculpa. Y aparece la interrogación burlona: ¿Cuál será el programa que hoy me espera? Tribulaciones de alguien que necesita urgente que se acabe el viernes por la gracia de Dios y la María. Me sumerjo entre papeles cargado de paciencia. Soñando que lleguen las cinco de la tarde. ¿Llegarán sin que la ansiedad me coma los adentros? Y llegan, al fin dos días para dedicármelos con el mejor de los deseos. Solo yo y un mar en el placer de un fin de semana que comienza. Y como si la duda fuera mi destino, me sumerjo en la incertidumbre: ¿Qué de nuevo me desvelará la noche? Me niego a que me derrote una nariz respingona y una gota de rocío. Y vuelvo renovado de esperanzas, pero me enredo entre tus pestañas y vuelta a empezar: ¿Qué será de tu risa y tu mirada? El olvido, ay, el olvido, incapaz de encontrar camino. Y todo se resuelve con la más radical de las respuestas: El silencio de los puntos suspensivos.