Hablo de mi amigo porque no me lee, porque no me dice cuando lo veo. Hablo de mi amigo porque lo presiento de aquella manera.
Y digo que utiliza el verbo como nadie para luchar contra la explotación y el saqueo por parte de una clase dirigente cada vez más corrupta y menos creíble.
Y digo que considera las enseñanzas que impartió Pablo Iglesias como modelo a seguir para transformar la sociedad.
Y digo que, aparte de reafirmar su identidad republicana con la esperanza del primer día, de considerar que somos un soplo más de vida entre tanta gente que respira, otra particularidad maravillosa de su ente, son los colores y los sonidos.
Y digo que con su batuta, sin otra partitura que su inspiración, no para de conducir su música para enmudecer el universo. Pero también digo que hoy le he oído decir al viento que desaparecerán los clarinetes, se extinguirá el piano, perderán sus cuerdas los violines, y tan siquiera cuando queden los timbales volverá la cordura a marcar las pautas de su vida. Y en algún momento, el último quizá, su colindancia descubrirá su verdad. Y será tarde. Pero yo sé que cuando todo ocurra mi amigo seguirá sosteniendo incansable su batuta, aunque ya no habrá orquestas sinfónicas, ni de cámara, ni cuartetos, ni solistas, ni siquiera habrá sinfonías, solo quedará el patético fracaso de una excluyente sociedad.
Más allá de su rota memoria él vive feliz, pero algún día alguien debiera pedirle perdón, a él y a los miles de músicos y poetas, artistas, virtuosos de la vida, todos grandes soñadores. Todos y todas grandes de la inspiración. Alguien debiera pedir perdón por tanta injusticia mental.
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