Sin mucho pararse a pensar, a través de la historia, la problemática que han seguido los escritores, a pesar de los pesares, sus historias, sus quehaceres, sus hambrunas o sus éxitos, aunque se pueda pensar otra cosa, la literatura, no es un pesar ni una diversión pasajera, sino algo que conmueve desde los adentros.
Son muchos los escritores, pero si los consideramos a nivel mundial, el número es pequeño, y ya no solo los que hacen de escribir su virtud, también el número de lectores es escaso.
El culto a la literatura, lamentablemente, no está generalizado, y si no fuera por los grandes y pequeños escritores, los que escriben sin esperar nada a cambio, los que creen que dejar plasmado en la grafía sus ocurrencias, sus fantasías o sus sueños es un regalo que no tiene precio; porque si la imaginación no existiera los sufrimientos serían eternos y la desesperanza se ahogaría en la oscuridad de la aflicción.
El culto a la literatura, lamentablemente, no está generalizado, y si no fuera por los grandes y pequeños escritores, los que escriben sin esperar nada a cambio, los que creen que dejar plasmado en la grafía sus ocurrencias, sus fantasías o sus sueños es un regalo que no tiene precio; porque si la imaginación no existiera los sufrimientos serían eternos y la desesperanza se ahogaría en la oscuridad de la aflicción.
En una armoniosa tertulia literaria hace ya una vida y mil años, uno disfrutaba de comentarios, lecturas, enseñanzas, intercambios de libros, y un sinfín de ideas con la sensatez y la capacidad de cada uno de los asistentes. Era un taller literario. Era un ambiente fraternal. Era el respeto intelectual. Era amor por la literatura. Y fue el amigo y fue la amiga. Fueron y siguen siendo. Son los amigos y son las amigas de un taller literario que, porque se debe saber, llevo en mi corazón. Ahí fue donde nació mi pasión por la literatura.
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