Hace ya mil años intenté por todos los medios que no te fueras de mi lado; lo intenté, pero la muerte pudo más: estabas enferma y no le fue difícil... ¡Maldita su sombra!. Vino para llevarte y no le costó ni un verbo. ¡Maldita su sombra!.
Vives en mi mente y nada ni nadie te desalojarán de ella. Te necesito para que me sigas dando aliento, para que no sea en vano mis intentos de sobrevivir, para que merezca la pena escribir. Vives en mi mente dando luz a esos momentos que me ausento y no sé dónde estoy. Cuánto te extraño. Recuerdo tus caricias, tu triste mirada al no saber qué ocurría. Cómo te hecho de menos.
Intento hasta el dolor renunciar a ese recuerdo, a cuando Patricia te llevó a la consulta del veterinario; yo no quise ir o no podía. El mal estaba dentro de ti y nada pudo hacer. Habías perdido la batalla. Y yo, sin atreverme más, y aunque sea una promesa, jamás renunciaré a ti. Siempre vivirás en mi mente porque te quiero, porque aún muerta seguirás siendo mi alegría, porque eres mi todo ahí fuera. Porque sin ti me siento indefenso y soy incapaz de salir de casa. Sin ti no puedo: dame tiempo, necesito tiempo. No quiero renunciar a ti aunque estés muerta. Tú, mi enlace con el mundo real. Tú, mi mascota.
Vives en mi mente y siempre serás huésped en mi corazón. Y si un día incapaz entonara mi renuncia, todo será olvido menos tú; tú, mi único recuerdo. A partir de ti solo olvido. Agonía hacia un camino deseado.
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