-Tengo la nevera vacía, así que prepárate: coge el coche y vamos al correfur. -Si cariño. -¡Y sin prisas, me oyes, que te conozco!. -Sí cariño.
No es por no ir, pero a mí coger el coche me mata. Me faltan reflejos, la gente va muy aprisa, además que me pierdo: voy con la idea de ir a correfur y, a santo de qué, acabo en la playa. Luego están los embotellamientos que disminuyen potencialmente mis capacidades. Y ni pa´lante ni pa´tras. Mi esposa me conoce y sabe que no puede pedirme estas cosas, con lo fácil que es hacer el pedido por Internet. O que vaya con su hija (uy, qué extraño me resulta decir su hija: es mí hija. Es la nuestra, claro, de los dos) pero ella también tiene asuntos propios, vamos que no quiere ir a comprar con su madre porque hasta para comprar el pan es indecisa. A mi esposa por su santo le tengo que regalar una margarita de plástico: sí, no, sí, no... y vuelta a empezar.
Vivimos una época de excesos, lo dijo ayer bien clarito Rajoy, así que tenemos que mirar por la peseta, que "a peseta anda la vaca y la peseta falta". Somos incapaces de decidir lo que debemos hacer, y la incertidumbre nos conduce al abismo. Mejor hacerle caso a Rajoy: Rajoy sí que sabe.
Cuando la gente tarda en decidirse, impedida, obstruye la mente y genera serios trastornos de la salud estrechamente vinculados con la ansiedad y el estrés. Las cuentas no nos cuadran porque estamos perturbados por la abundancia, y eso provoca en nosotros un efecto demoledor que multiplica la improductividad, que es un atentado directo contra el déficit público.
Hablamos de una sociedad modernizada tecnológicamente y rica en proteínas. Nada más absurdo. Pan y agua, pan y cebolla, boniato. Y se acabó.
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