Hoy no amaneció para mí. La mañana está confusa y no se me ocurre nada que merezca la pena contar. Quiero escribir y no tengo nada que contar. Escucho la radio, leo la prensa y no encuentro noticias que merezca la pena comentar. Sino política, son penas, o fúrtbol. Quiero escribir algo alegre y no se me ocurre nada.
Pues me obligaré a escribir sin tener nada que contar como hacen algunos cronistas. Si acaso como tranquilizante para calmar los golpes de taquicardia que martillan mi pecho cuando soy incapaz de escribir por no tener nada que contar. Lo cierto es que escribo porque considero que es más fácil que hacer otra cosa. Porque escribir es un movimiento automático, no supone esfuerzo de ningún tipo, además es lo único que se me ocurre hacer, o capaz de ejecutar por mal que lo haga. Escribir para mí es dar a las teclas como un sonámbulo y creer que hago algo al dejar testimonio probablemente de nada. Al escribir mi psique siente diferente. Necesito escribir para calmar este palpitar de miedo y parálisis que siento, esta sensación de abandono y desvalimiento en el que me encuentro. Necesito escribir desde los adentros para sentirme vivo. Pero a veces mis adentros no sienten y en el ambiente no detecto siquiera un gesto huidizo y temeroso para escribir. Hay días tan aciagos que si pudiera los evitaría. Días son que hacen daño al no saber qué hacer para que este estado de obnubilación que apenas siente remita.
Situaciones vive uno tan desalentadoras que a veces... No, no puedo venirme abajo. Creo que debo esforzarme más y escribir aunque sea algo coherente. Hoy es viernes y quiero acabar la semana escribiendo algo especial, así que, como si al escribir que nada tengo que contar quedase algo escrito, doy por concluida esta estúpida disculpa.
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