"Haz el amor y no la guerra", era la frase preferida de la juventud, la misma juventud que no ha dejado de meterse en conflictos bélicos. Y ahora decimos ama en vez de odiar; abraza la generosidad en vez del egoísmo; la obra en vez de la comodidad; la confianza en vez del orgullo; el perdón en vez de la envidia; el desprendimiento en vez de la satisfacción; la sonrisa alegre del bebé en vez de la vanidad... de vanidades. Seguimos siendo los mismos que decimos y no hacemos.
Ayer, delante de casa dos coches se tocaron, apenas un rayonazo. Pero los dos conductores, una mujer y un hombre, se pusieron a gritar como posesos. Uno de los dos se había saltado un "ceda el paso", así que no deberían tener aquella "amena" conversación sino disculpas uno y qué le vamos a hacer otra. Pero se enzarzaron y se gritaban con ira de la peor. Eran dos vecinos, tal vez amigos, pero aquel incidente los transformó: eran animales salvajes peleando por "la razón". ¿Por qué perdemos la calma? ¿Por qué nos gritamos sabiendo que lo único que vamos a conseguir es empeorar las cosas? Además, cuando más cerca estamos más gritamos. Pienso en los enamorados que esperan la ocasión para susurrarse al oído: los enamorados no gritan. ¿Será que cuando estamos molestos nuestros corazones se alejan y aparece lo peor que hay en nosotros? ¿Se entendería, entonces, que vivimos en permanente conflicto con nuestra colindancia... o con nosotros mismos? La ira nos aleja y el amor nos acerca. Cuando más enojados más gritamos. Cuando más enamorados más susurramos, incluso una mirada basta. Más nos valdría respetarnos. Aunque nada más fuera por la posibilidad cierta de no perder el camino de regreso a la civilización. Somos lo que elegimos, y elegimos cada día. A veces acertamos, otras no. Así la vida. ¡Estúpidos!.
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