Una amiga me dice si la puedo ayudar a conocerse porque ella no es capaz de ser objetiva. Mi amiga es de esas que no se mira al espejo porque ya no la deja. Está harto de ella. Mi amiga no acepta sus arrugas como algo natural, siempre anda con potingues farmacéuticos que no sirven nada más que para sacarle los dineros. Mi amiga no es feliz. Y me dice que la ayude a conocerse porque así, conociéndose, cortaría de origen su obsesión por parecer lo que no es, por ser joven, por los años idos... Mi amiga a fin de cuentas echa en falta su juventud.
Mi amiga quiere que yo le dé otra identidad y con veinte años menos. Mejor se dejara de estupideces y se aceptara como es, y a ser posible que fuera más contestataria, que se rebelara contra todo lo cotidiano. Porque lo cotidiano es enfermizo, porque hacer siempre lo mismo es aburrido, porque la rebeldía va ligada a la libertad.
Un día alguien me llamó manipulador porque según él yo había manipulado la verdad, y que "el fin no siempre justifica los medios". Manipulo las palabras no la verdad, y menos a las personas: yo soy como soy y me acepto, incluso me gusto, pero la realidad desnuda no me interesa. Ni la aprobación ajena de mis decisiones.
Creo que aceptaré la propuesta de mi amiga: la ayudaré a saber quién es. Nos irrespetaremos hasta que nos digamos abiertamente lo que queremos uno del otro: luego nos haremos invisibles. Ni a ella ni a mí nos importa saber quiénes somos. Ni ser predecibles. (Ay, dona, es un sinsentido seguir disimulando).
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