Quién al rebuscar en un cajón no se ha encontrado algo olvidado: viejos papeles, cartas, fotografías. Esas viejas fotografías de un pasado casi olvidado.
Un día por casualidad te encuentras con una de esas viejas fotografías y te caen encima miles de recuerdos, se te desploma un compromiso, una promesa y aparecen las dudas. Las dudas te hacen sentir impredeciblemente feliz o infeliz. Es tal la confusión que no sabes por qué, cómo, quién... Visualizar una vieja fotografía es un viaje al pasado, la vuelta a un universo casi olvidado, al día en el que alguien te hizo sentir dueño del mundo, príncipe de un cuento maravilloso, pero nada que ver con el presente. O sí, que al visualizar esa vieja fotografía te hace dudar... En una fotografía pueden estar reflejados esos momentos que con el tiempo se esfumaron entre la neblina del recuerdo y las nieves del pasado, las mismas nieves que blanquearon tus sienes. Una fotografía es una forma súbita y cruel de volver al pasado por un túnel del tiempo con colores difusos, como ese lienzo de los girasoles pintado por el genio que la cordura arrinconó.
Y sin darte cuenta te pones a revisar álbumes con viejas fotografías y empiezas a recordar viajes a ninguna parte, besos robados, suspiros, pasiones, ilusiones que guardan la evidencia de que hace tiempo hubo un sentimiento de amor con nombre propio. Y comprendes que en el amor, cuando alguien te regala una fotografía es porque ya te ha robado el corazón.
Nada explica mejor lo que sucederá en el futuro como el pasado. Por eso las fotografías, al actualizar el pasado, consiguen que recuerdes la pasión de un amor en el que navegaste por un mar sin horizonte, un amor que sin saber por qué se quiso quedar a dormir en un cajón justo en el momento que murió lleno de vida.
Fotografías olvidadas, malditas, dolorosas: viejas fotografías ya imposibles de rememorar que un día sin saber por qué aparecen en un cajón y enturbian el presente sembrándolo de dudas.
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