domingo, 15 de julio de 2012

El amor y una mente absurda

Siempre he tenido la certeza de que yo, bien sea por gracia divina o genoma humano, estaba dotado de dos cerebros. Uno, lo suelo utilizar para sentir, pensar, reflexionar, expresarme. El otro, bastante más voluminoso, lo utilizo para usos tan placenteros como innombrables. Curiosamente, por congénita carencia o simple falta de uso racional, se me desbarató el cerebro emocional (ya lo doy por perdido), viéndome en la necesidad de apelar a un intensivo uso del otro. De ahí las consecuencias de mi atrofia cerebral involutiva y acelerada, siempre ligada a una extrema debilidad en el pensamiento emocional que me genera una importante merma sensitiva, también una incontinencia verbal sin restricciones de la que, lamentablemente, no tengo constancia de correr peligro de extinción. De ahí el resultado de muchas de mis malolientes paradojas.
 
Ayer, pretendía construir de la manera más simple una fórmula para recuperar un pasaje concreto de mi vida, era un sentimiento del pasado, y ante la pérdida del cerebro emocional tuve que desistir; pero no me importó, doy por cierto que el amor es el sentimiento que experimenta una persona hacia otra según su estado de ánimo. "El corazón tiene razones que la razón desconoce". Lo dijo Pascal.

El Botánico de Benedetti era un mausoleo de amores bienhallados y desamores malditos, en cambio, el mío, es un remanso de triste belleza sin sentimientos que llevar a la cama. Mi botánico solo tiene de Benedetti la pena que cualquiera puede encontrar en sus atardeceres solitarios, porque no se puede sentir amor en un cerebro con funciones tan distantes como sentir y defecar. ¿Hasta dónde me conducirá un cerebro así?

Si fuera valiente, amor, buscaría un remanso de paz para leer una vez más al poeta de la vida Mario Benedetti: "Te quiero/ hace mucho era niño/ hace mucho y qué importa/ el azar era simple/ como entrar en tus ojos".

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