Una amante princesa luciendo su más recatado escote, compartía sonrisas al concluir un poema de la mano de un pícaro poeta con quien, se dice, comparte obsequios y alcoba. Por suerte, en la fiesta de palacio no coincidieron las dos: la amante princesa y la esposa preñada del poeta. Y entre copas y canapés, dieron paso fugaz al adjetivo amable de la página siguiente en la que aparecía la esposa del poeta con un caballero de buen postín que intercambiaba elogios y ráfagas verbales de pesado calibre amenazando a las desprovistas nalgas de la agasajada esposa satisfecha al mostrar ante todos su reciente embarazo como si no tuviera más oficio que inaugurar sonrisas, celebrar besos y encontrar marido.
Indiferente el poeta, se contorsionaba sin advertir los lamentos de su princesa amante que, una página antes, se había enterado de la noticia del embarazo de su esposa, y ahogada entre sollozos, alegaba engaño del poeta.
En la página siguiente un borrón inoportuno, justo en medio de la hoja, hizo que se perdiera por completo el guión, y así fue como al final de la página se les veía salir a los cuatro de palacio (la amante princesa, el pícaro poeta, la agasajada y preñada esposa, y el caballero de buen postín) encaminándose abrazados hacia la próxima página aparentando una relación pecaminosa.
Lo que desconocen los protagonistas de este relato, es que si de aquí al final no aparece un marido fiel -poeta o no-, y padre sustituto para el inocente bebé, una esposa recatada y una princesa como mandan los reales cánones, si no hay un final feliz sin caballero de buen postín, el Id de publicación que ha sido solicitada será denegada por Relato blasfemo. (Si no sabes cocinar más que huevos fritos, ya no vas a poder alegar ignorancia. Y menos inocencia).
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