"La persona que no comete nunca una tontería nunca hará nada interesante". Proverbio inglés.
Se podría pensar que cumplir años es el mejor aprendizaje. Pero, ¿consiste la experiencia en algo más que una contabilidad mal llevada que nunca volverán a repetirse? En realidad lo único que se aprende al cumplir años es a desconfiar de tal aprendizaje; comprobar cómo la vida juega con nosotros y nos engaña miserablemente a modo de esos pájaros que anidan en un lugar diferente de aquél en el que cantan para despistar a sus depredadores. Cuesta convencerse que no somos nosotros quienes decidimos, que nuestro comportamiento no es libre, que nosotros no hemos elegido nuestro camino ni el ritmo del paso que seguimos. Hay personas que tienen la convicción de que no avanzarán si las circunstancias no las empujan, se dejan llevar porque los acontecimientos que irrumpen en su vida -o irrumpieron- han sido precedidos por algo o alguien al margen de su voluntad y al no estar de acuerdo con ellos no los aceptan o los desatienden. No se dan cuenta que tarde o temprano la vida con su invisible quehacer les impondrá su capricho. Porque la dicha o las aflicciones que padecemos y las especias con las que cada día las aliñamos no son otra cosa que señales indicadoras claramente inequívocas con las que la vida nos va conduciendo lentamente hacia la muerte.
¿Qué sabemos de la vida? Qué podemos saber si solo lo pasajero permanece y son sus secuelas las únicas que perduran en el tiempo. La vida es como aquel taxista que confiados abordamos y al que decimos la dirección deseada pero no advertimos que como taxista abusivo nos lleva por donde quiere sin tener el recato siquiera de mirarnos por el espejo retrovisor para ver la cara de estúpidos que ponemos.
Qué inútil es oponerse a la voluntad de la vida. Y qué torpeza es aceptarlo.
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