Esta Semana Santa me marco de manera especial. Estoy seguro que los años tienen que ver. A más viejo más creer en un Ser Supremo y menos en el ser humano.
No soy de mucho ir a misa (abro paréntesis y dejo unos puntos suspensivos para tomar café y recordar... vengo ahora y lo cierro). Ya está, el café rico, gracias, pero no recuerdo cuándo fue la última vez que fui a misa, y eso es bueno. Muy bueno. Voy a misa cuando muere un amigo o algún compromiso de mi esposa. Prometo por los Santos Apóstoles que, por compromiso, solo a la iglesia por mi esposa y obligado: bodas, bautizos o entierros de sus amigas. Qué raro, hablo de amigas y nunca enterré una. Qué triste me está saliendo esto. O escribo cosas interesantes que interesen o lo dejo.
Sin meterme a fondo en los vericuetos del pensamiento, parece extraño que a mi edad considere opción una voluntad divina que decida mi destino pecador. Si muero en la paz de Dios por si un acaso. Se me ha agotado la imaginación.
Prometí no escribir de política ni de religión y dale: sino política religión. ¡Joder, dona!. Vivimos una permanente guerra sin batallas con relación a las creencias religiosas y políticas que anulan nuestro proceder colindante. Desubicados de los valores humanos somos instrumentos del mal. Todo es negocio. Y la palabra nuestro instrumento persuasivo. Solo codicia y mala correspondencia. “El aspecto más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimiento más rápidamente que la sociedad en sabiduría”. Isaac Asimov.
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