Cada mañana llegan a casa Ian y Patricia. Patricia toma café y unas galletas e Ian me regala una sonrisa. Ian ya se ríe. Me mira y se ríe. No me importaría que se riera de mí como su madre. Pero a él lo veo más completo y más bendito. Y yo que tenía dudas porque Patricia colmaba mi vida de amor... Ahora somos cinco: una verdadera familia.
Llegué a tomar conciencia de la necesidad que tengo de cultivar mi interior cuando apareció Ian en mi vida... De todos mis asuntos inaplazables solo uno merece la pena: nuestro paseo diario por Les Seniaes: Ian, Patricia y yo. Un lujo. Y si entra un mar que sea con vocación de asombro para mirarnos riendo a los tres. Lo mucho hasta Dios lo ve por muy absorto que lo tenga la María.
El poder ilimitado de la sonrisa de Ian me invita a mirarlo y pasar de comulgar con otras necesidades por importantes que sean. Esas necesidades me sabrán perdonar si son otros amores. La incapacidad que tengo al querer explicar la felicidad que experimento al sentir su risa queda en la intimidad. Fijo en él mi mirada y en su risa solo puedo decir: Ian.
No hay comentarios:
Publicar un comentario