Otro domingo, un día cualquiera que me siento al teclado de mi viejo
ordenador metido de lleno en mi pequeño mundo, intentando hacer de un día que
no se atreve algo digno. Miro de soslayo desde mi ventana y veo pasar gente.
Son jóvenes que van de regreso a casa luego de una noche de fiesta. Al
fin todo está en calma, la vida vuelve al ritmo de antes, lo malo y lo
bueno a su sitio de costumbre. Y mientras recorro los dedos por el teclado, sin
pretenderlo aparece una realidad desconocida para mí. La pantalla me confunde. Mi
inspiración no viene con acuso de recibo de este mundo. Leo meridianamente
claro que una amiga ha encontrado su camino y es feliz. A lo que siempre aspiró.
Tal vez el amor ha llamado a su puerta. Pero no paro de escribir y sigo dándole
al teclado como si estuviera metido en un laberinto sin salida. Y escribo sobre
otra amiga que cree que va a algún sitio por el hecho de que camina mucho, pero
tras completar inadvertidamente un amplio círculo termina en el mismo lugar del
que partió. No entiendo nada. Otro texto que aparece es de gente que
divisa alucinada un supuesto oasis hacia el que corren desenfrenados, pero cuando
creen haberlo alcanzado, el espejismo se desvanece dejando solo algo más de
agotamiento y algo menos de esperanza.
Tengo la impresión que en ocasiones
intentamos modificar íntegramente la realidad de un toque mágico. Aunque
confieso que yo solo he podido componer variaciones sobre el mismo tema; mi
vida, y el cambio que necesito desesperadamente es el de ser yo mismo.
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