lunes, 13 de enero de 2014

Haití

Ando torpe de entendederas, no quería que me pasara la fecha pero me ha pasado. Las imágenes y los sonidos de su tragedia pegados a la piel. Hablo de Haití, del terremoto de enero del 2010. En medio de la desolación había gritos de desesperación que se repetían a través de todo lo que alcanzaba la vista. El último rayo de sol cubrió el horizonte como una despedida de solemne tristeza. Cada huella de sus gritos se deshizo en la penumbra y el rojo del véspero es ya solo un recuerdo en el dolor. Los adioses hacen su antojo: Son tragedias y no deja de ser una maldición. El blanco y oscuro de unas caras ahogadas en su llanto que esperaban la última expiración en el interrogante de los por qué. El terremoto protagonista del monólogo que cubrió de esperanzas por cumplir la crudeza de una realidad inesperada. El captador de sueños y el destructor de ensueños: todo uno. Una historia calada de miserias, de relatos que nos atizan en la memoria después de cuatro años. Nadie merece tanto dolor. Haití sigue siendo el mismo, sencillo y pobre, escudriñador, con un profundo sentimiento de esperanza. De cuando en vez ocurren seísmos en Haití. Antes incluso del próximo alba resonará otro. Dicen que ocurren de dos a cinco seísmos al año. Están acostumbrados a una misma melodía que se armoniza entre la constelación de un flujo de pausas y matices: la sangre por las calles. Es el verbo que expande sus conceptos con el miedo porque nace herido. La insatisfacción de sus experiencias más dramáticas. Entregado a vivir, un pueblo se muere sin dejar de escapar la señal intuitiva que lo guía en las retorcidas veredas de su destino. Consagrado en los gritos de dolor, con una sencillez admirable, Haití anda sencillo, camina pausado mientras clama ser respetado, quizá salvado, por los que no saben lo que ocurre. Símbolo de las atrocidades en su tragedia fecunda: Una vida que aún no es vida. Y sigue su curso en la magnitud de la desgracia cuyo dolor ahora permite unificar los corazones de un mundo ignorante de su estado civil. Si fuera un poema se traduciría en versos de aquelarres. Convivir con la muerte cubierta de harapos no es humano. Un pueblo eleva sus plegarias y nadie le escucha. Haití se quedó en las nubes y nadie le llora. Su inquietud mística lo hizo ser original y reposa más allá de nuestros conceptos dejando en el recuerdo miles de cadáveres por las calles, vidas irrespetadas por todos los que pudieron y no hicieron nada. Paradojas de la vida. Un pueblo pierde su luz y se forman nubes pintadas con una acuarela de rojo sangre. Haití es una certeza aletargada en su tragedia. El laberinto de un enigma. La muerte en su funeral. Haití siempre estará en las páginas ocultas de un de soslayo en el capítulo dedicado a la extrema pobreza. El mundo seguirá por su tempestuoso camino sin un ejemplo de empatía. ¿Podemos creer en un Dios que permite abandonarnos a la solidaridad humana? ¿Acaso tiene que ver Dios y el Diablo con todo esto? Después de cuatro años... Haití, ay, Haití.

3 comentarios:

  1. Dios no tiene que ver nada en esto ni en nada. Si dios quiere a los pobres ¿Por que ensañarse con ellos? El diablo tampoco tiene que ver nada, sin hacer nada el mundo es cada vez mas suyo.

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  2. Le culpo por dejarlo todo en manos del ser humano... Solidaridad. Beso.

    Salud.

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  3. Algo de razón tienes, es obvio !


    Saludos

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