Ando torpe de entendederas... Las imágenes y los sonidos de su tragedia pegados a la piel. Hablo de Haití, del terremoto de enero de 2010. En medio de la desolación había gritos de desesperación que se repetían a través de todo lo que alcanzaba la vista. El último rayo de sol cubrió el horizonte como una despedida de solemne tristeza. Cada huella de sus gritos se deshizo en la penumbra y el rojo del véspero es ya solo un recuerdo en el dolor. Los adioses hacen su antojo: Son tragedias y no deja de ser una maldición. El blanco y oscuro de unas caras ahogadas en su llanto que esperaban la última expiración en el interrogante de los porqué. El terremoto protagonista del monólogo que cubrió de esperanza por cumplir la crudeza de una realidad inesperada. El captador de sueños y el destructor de ensueños: todo uno. Una historia calada de miserias, de relatos que nos atizan en la memoria después de un año. Nadie merece tanto dolor. Haití sigue siendo el mismo, sencillo y pobre, escudriñador, con un profundo sentimiento de esperanza. De cuando en vez ocurren seísmos en Haití. Antes incluso del próximo alba resonará otro. Dicen que ocurren de dos a cinco seísmos al año. Están acostumbrados a una misma melodía que se armoniza entre la constelación de un flujo de pausas y matices: la sangre por las calles. Es el verbo que expande sus conceptos con el miedo porque nace herido. La insatisfacción de sus experiencias más dramáticas. Entregado a vivir, un pueblo se muere sin dejar de escapar la señal intuitiva que lo guía en las retorcidas veredas de su destino. Consagrado en los gritos de dolor, con una sencillez admirable, Haití anda sencillo, camina pausado mientras clama ser respetado, quizá salvado, por los que no saben lo que ocurre. Símbolo de las atrocidades en su tragedia fecunda: Una vida que aún no es vida. Y sigue su curso en la magnitud de la desgracia cuyo dolor ahora permite unificar los corazones de un mundo ignorante de su estado civil. Si fuera un poema se traduciría en versos de aquelarres. Vivir o convivir con la muerte cubierta de harapos no es humano. Un pueblo eleva sus plegarias y nadie escucha. Haití se quedó en las nubes y nadie le llora. Su inquietud mística lo hizo ser original y reposa más allá de nuestros conceptos dejando en el recuerdo miles de cadáveres por las calles, vidas irrespetadas por aquellos que pudieron y no hicieron. Paradojas de la vida. Un pueblo pierde su luz y se forman nubes pintadas con una acuarela de rojo sangre. Haití es una certeza aletargada en su propia tragedia. El laberinto de un enigma. La muerte en su funeral. Haití siempre estará en las páginas ocultas de un de soslayo en el capítulo dedicado a la extrema pobreza. El mundo seguirá por sus tempestuosos caminos sin ejemplos y sin embargo... ¿Podemos creer en un Dios o Demonio que permite abandonarnos a la solidaridad humana? Después de un año... Haití, ay, Haití.
Esto lo escribí hace cuatro años... Según algunos medios de comunicación todo sigue igual.
hay ayes. Mucho más que un confortante ay de todo aleluya al caer un sol.
ResponderEliminardespués de cuatro años, estos siguen horadando el alma. Sin duda.
abrazo
Desgraciadamente la historia siempre se repite...
ResponderEliminarSaludos
Nadie ayuda a los pobres. Haití es pobre. Pobre Haití.
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