domingo, 4 de enero de 2015

De envejecer y otros descuidos.

Hoy me levanté feliz y al mirarme al espejo me vi triste de morir... Y más viejo que nunca. Que igual es lo mismo. ¿Ser viejo y verse triste de morir es lo mismo?

Es domingo: si regreso a tiempo de Les Seniaes iré a misa y se lo pregunto al cura.

De toda la vida de Dios envejecer es un proceso gradual intrínseco al humano ser que aparece con los años... (malo sino). Y sin más, cuando menos se espera altera la cotidianidad y la eficacia del nuestro organismo para desempeñar las funciones vitales. Si digo vitales digo también otras funciones de igual importancia o más de las que hablaremos en otro de soslayo cuando salga de la depresión que hoy me ha cojido por sorpresa.

Que envejezcan la gente en parte es fruto de la ciencia que ataja las enfermedades y otros descuidos de la vida con eficacia, pero lo mío, que de la noche al día me haya vuelto viejo es cosa del maligno por lo menos. Fue mirarme al espejo y verme triste de morir. Un día amanece y te das cuenta que la esperanza rueda por los suelos y te dan ganas de llorar a lágrima viva por la vida que se escapó de las manos. De Mayo del 68 en París nadie se acuerda. Ya ni París es lo mismo.

En realidad, lo que hoy me interesa más que los problemas sociales, de cómo va el país y adónde, es envejecer físicamente. Renunciar a ciertos placeres de la vida jode tanto o más que perder progresivamente los sentidos vitales. No temo a la muerte, pero envejecer me causa desasosiego... ¡Joder, dona, de qué me sirve la experiencia si no la puedo utilizar o seguir su ritmo!. Ay, miedo me da no saber adaptarme a la dependencia. A esa otra manera de vivir... Tendré que echarle valor, aunque el valor es un lujo en la conciencia que aún no he explorado. En vista de que las cosas están como están me aferraré a la esperanza que motiva la alegría, además, morir para luego resucitar... Mejor me quedo. Sí. Que la María me reclame cuando considere...

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