No soy de mucho olvidar, a no ser que
me interese, entonces sí me olvido. Y me olvido hasta el día que nací. Uy,
pues de eso va, del día que nací yo nacieron... lo siento, me voy a
México lindo y querido. Hablo de los años vividos. Uno con suerte llega a viejo y lo hace de varias maneras, de
las más importantes son dos: mal o bien. ¡Hay que joderse, dona,
voy de mal a peor!. El caso es que el niño Joan, por delegación de los amigos del fin de semana me
regaló una caja de zapatos con uno
solamente. Era un zapatito de tacón. Era ni más ni menos que el zapatito de Cenicienta.
Con eso, mis amigos del fin de semana, me querían decir que eran las
doce y la hora de acostarme.
(Están en todo los jodidos).
Una vida de esperanza se consume hasta
llegar a los años altos y ya solo queda que den las doce
de la noche para irse a acostar. Precisamente ayer que
quería contemplar y devorar con cada estrella un nuevo amanecer con tu mirada. Ellos me conocen,
no aguanto más de las doce de la noche con los ojos abiertos... Y el niño Joan me regaló una caja de zapatos y una sonrisa: la sonrisa alegre
del bebé. La emoción de la que un día le hablé a su padre. Y al
irme, ay, me dio un beso y una palmada... La idea fue del grupo de amigos,
pero la gracia afable me la dio Joan... ¡Muchas gracias, Joan, Dios te
bendiga!.
Y sin embargo, el próximo viernes a
las doce de la noche iré en busca nuevamente del zapatito de
Cenicienta. ¡Pero estoy aquí. Por eso estoy aquí, para dejar huella
en todo, aunque todo sea más bien poco. Y no perderé el tiempo enfocando
la vida de otra manera. Solo el amor colindante y la santa poesía me salvará!.
No hay tesoro más grande que la sonrisa de un bebé.
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