Un País sin Estado

Los pobres de pan y justicia reciben existencialismo por parte del Estado Social y otras organizaciones, sin embargo, la pobreza no se reduce; solo se reduce la del espíritu.
 
Lo digo demasiadas veces, pero ha de ser, no es falta de imaginación, que si así fuera podía cantar al Sabina y morirme en tus brazos y no resucitar jamás, pero no, y no me canso, las cosas en este País de Rajoy están muy jodidas.
 
La niña de mis ojos me comentaba ayer que sus compañeros de trabajo... Mi niña, la competencia desleal campa a sus anchas en el mundo laboral y personal. Las empresas legales cada vez lo tienen más difícil competir y el compañerismo... ¿¡Joder, dona, cómo le explicaría a mi hija lo que es compañerismo!?
 
Mis valores no son los de mi hija. Mis valores ya no valen para estos tiempos de asuntos inaplazables, de corrupción, del último que llegue no come, de justicia solo para ricos, de puñaladas por la espalda (ya me vale que no acabaría).
 
¿Cómo fortalecemos la democracia si algunos se quieren ir, los jóvenes ya se han ido y los que nos quedamos, por viejos, no nos quieren ni en las residencias de ancianos. ¿Ancianos? Qué nombre más gafe, y suena peor en un viernes y trece. ¡Lagarto, lagarto!. Somos un País sin Estado Social, sin Derechos Humanos ni Democracia. Pero tenemos una Constitución a la que apelamos según le conviene al gobierno de turno. Eso sí.