Sé que estabas la última vez que llamé. Estabas, estoy seguro, te vi desde mi atalaya. Vi tu palabra ausente.
Tu comportamiento no fue sincero conmigo, te avisé, te dije que era lo que tú sabías que era, y que no iba a cambiar... Pero que no te fallaría ni te comprometería. Y así lo hice. Además, que sepas que nunca llamé a nadie anterior a ti para darle explicaciones, a nadie. Y a ti dos veces te llamé para dártelas: una no habías llegado y la otra estabas como tu palabra ausente, y le dijiste a otra persona que tomara nota, y que luego me llamarías, pero te olvidaste de mí. Te diré que estás equivocada, que lo que escribí no es ofensivo a pesar de que no te guste. Nadie escribe para todos. Se valora en su conjunto y, aún así, nadie escribe para todos, ni Pérez-Reverte (otra). No siempre interesa lo que uno escribe.
De viejo, te diré que no nos comportamos con nuestra colindancia honestos. Que nuestros comportamientos no son sinceros habitualmente, y que así no vamos a ninguna parte. A mí, y lo tengo escrito por ahí, las amigas nunca me dieron resultado. Y eso que soy persona fiable, y lo saben. Yo no soy desleal con la amistad. Pero mis amigas no me consideran. Me traicionan y me hacen daño, pero allá ellas. Mis amigas son mis decepciones más amargas.
Tu palabra ausente en la realidad de la noche nació donde nacen los puntos suspensivos y crecen los interrogantes. En fin, te dejo en la oscuridad de lo que ignoras, en este sábado de los fieles difuntos, en este adiós tan imposible. Ojalá que te vaya bonito. Beso.
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