Hemos construido un país de pobres y de ricos. Un país, además, con una clase dirigente que nos dejaba hacer porque eran cosa nuestras. Somos victimas de nuestros horrores y no sabemos cómo enmendarlos. Somos los autores de nuestras desdichas. Vivimos el desorden, el desequilibrio, la incertidumbre, el caos. Y ahora estamos desahuciados a merced de la pobreza. Vivimos en el país de la mentira. De seguir en este plan no nos quedará nada: ni pan, ni agua, ni una caricia para huir de tanta pobreza. Y la corrupción sigue dominando nuestro entorno.
El desempleo es la tónica general, no pasa un día que alguien cercano no se quede en el paro. Hay día que dos (lo lamento). Es el país que creamos ciegos de soberbia. El país que presume de un pasado glorioso y de un presente solidario. Resulta bochornoso que los derechos fundamentales estén a merced de los decretos y no amparados por la ley. No podemos perder la esperanza de humanizar este país basado en la mentira y en la injusticia social. Si no somos capaces de armonizar este país de enormes desigualdades nuestros sueños despojados de horizonte nunca se harán realidad. Ojalá estemos a tiempo de volver a la verdad. (Hagan memoria).
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