martes, 27 de noviembre de 2012

La maldición de la pobreza

La pobreza es la maldición de todos los días. Como un féretro camino de la sepultura, muchas personas viven la vida en un silente desamparo. Necesitamos creer en alguien. Tenemos necesidad de esperanza. De fe. Necesidad de una poesía fácil que nos explique. Todo cambia, ya nada es lo que fue.

Las situaciones que nuestra sociedad vive en distintos planos están plagadas de injusticias, de desigualdades que nos desmotivan y nos dejan sin aliento camino del cementerio. A unos les da por cortarse las venas y sangrar, y otros ya han empezado a padecer la desesperación. Perturbaciones que disfrazan la realidad. Formas de sumisiones despreciables. Son maneras de vivir.
Cada día es peor al anterior y amanecemos vencidos. Aquí no solo siempre ganan los mismos, sino que, además, los que perdemos, acabamos siempre en una esquela borrosa, garabateada de impunidades, manchada de latrocinios y desamor por la vida. Por aclarar las pasiones qué no daríamos... Por amarnos qué no haríamos... Una alternativa sería aprender a dejarse ir, lo que significa evitar alimentar las emociones que generan sufrimiento.

Hace ahora un año o mil, Rajoy presidente vino y con él apareció la maldición de la pobreza, y asomaron los conflictos, y los sueños demacrados, y las malas cuentas, y el resquemor por lo que pudo haber hecho y no hizo. Entonces, es natural sentir hartazgo e irritación. Pero estos sentimientos no pueden hacer hueco en nuestro interior. Ya nos vale de ser menos dueños de nosotros mismos. Considerando el carácter temporal de la crisis, necesitamos emprender nuevos caminos y abrir otras ventanas. Y volver a empezar porque lo que el alma siente hoy la mente lo sufrirá mañana. Y eso es terrorífico.

El problema de Rajoy son los asuntos financieros, la economía, la iglesia, sus amigos los empresarios, y sobretodo, la comunicación, los detalles que percibe el ciudadano ante el drama que representa tener un gobierno que irrespeta al pueblo y mantiene un tinglado en el Estado de duplicidades incomprensibles, y un sector bancario que parece solvente por lo que cobran sus consejeros y presidentes. (El problema de Rajoy tal vez sea el propio Rajoy).

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