La sala está iluminada, el murmullo de la gente, la alegría... De pronto, se apagan las luces, los pasillos, las butacas, todo queda sumido en la más profunda oscuridad. Y una pantalla iluminada se viste con las cualidades de la ficción y contagia mi realidad. Estoy sentado en una butaca entre la oscuridad y el silencio y nada me impide ser normal. Durante dos horas la película que se proyecta me convierte en una persona diferente y mi conciencia es capaz de ilusionarse. Me siento inmensamente feliz.
De vuelta a casa, y en mi habitación, apago la luz, cierro los ojos e intento dormir: quiero soñar diferente. Hoy será posible. Pero no, no puedo dormir y menos soñar una realidad que no me pertenece: no formo parte de esa realidad. El mundo de ficción ha desaparecido y otra realidad se apodera de mí. Es mi realidad de todos los días. Efectivamente todo era ficción, mi vida es la que es. Y estoy triste como siempre, y no sé qué hacer como siempre... Y de nuevo vuelta a empezar, a adentrarme en la tristeza cercana al abismo que condiciona mi voluntad. Este sin vivir me desespera, esta vida que no es. ¿Por qué se apodera de mí esta pena tan grande si estaba tan feliz? ¿De dónde salió? ¿En qué consiste mi incapacidad, y por qué este terrible dolor de cabeza? ¿Qué me ocurre? No tengo motivos... Nada justifica mi malestar. No entiendo nada: si estaba feliz después de contagiarme con la película, ahora, incapaz me encuentro sumido en otra realidad... realidad que es la de todos los días. Y con ella vuelve el desánimo y el desinterés. ¿Por qué no me reconozco? ¿Quién soy?
Esperanzado, confiaba que en el transcurso de la noche dormiría, incluso soñaría con una realidad distinta. Esperanzado, creía que todo iba a ser diferente, que sería otra persona. Pero otra vez me toca repetir. Otra vez me toca ser el mismo de todos los días. El de ayer... el de hoy... el de mañana... Esperanzado, hubiera preferido desaparecer con la película. Y fin.
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