Lo que te quiero explicar es que no sé con certeza quién soy cuando escribo. ¿Acaso sabes tú quién soy cuando escribo? Si lo sabes no me chantajees y cuida mi credibilidad.
Cuando escribo lo hago según mi estado de ánimo. A veces sé lo que escribo y otras no. Escribir y decir no siempre llevan el mismo camino. Si lo que escribo es amor amo y gozo escribiendo, sino, enojado, me enfado y me importa un carajo si sé o no lo que escribo. Solo el amor me importa. Por eso si no escribo de amor me enfado y ya está. ¿Cómo habré podido llegar a esta situación? ¿Por qué no escribiré siempre en clave de amor? Va a ser cosa de la edad. Con los años se pierde la cabeza.
Intento echarle imaginación a lo que escribo cuando la realidad me puede y no soy capaz de imaginar otra más agradable. Hace un tiempo intenté engañarme con esa vanidad que ridiculiza el texto, pero llegué a avergonzarme con saña. Como mucho puedo escribir a vuela pluma sin pensar y menos comprender que, a pesar de los pesares y lo que nos queda por vivir, nos mantenemos ajenos o quizá seducidos por un engendro de ilusorio consumismo. Ante la nada el todo que nos conduce desde la ignorancia a la insensatez. Nos falta autenticidad y nos sobra esa concepción elitista de las cosas capaz de dar pábulo a lo superfluo y a dignificar la estupidez.
A veces me ahogo en mi comentario. Puedo afirmar, en contra de mi propio criterio, que no existe la más mínima intención de generar opinión o reflexión en lo que escribo. Porque no soy capaz de distinguir la verdad de la mentira. Porque soy vulnerable a la confusión. Porque soy una pena de paciente. A veces destrozo mi credibilidad de manera implacable. (Las crisis son temporales tanto como su excepcionalidad).
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