Es posible que no deba ser así, porque todo lleva un orden en la vida. Pero yo, después de empezar a escribir descubrí la lectura. Quiero decir que empecé a escribir antes que a leer, y he de confesar que me encanta leer simplemente para pasar el rato y porque es una de las mejores fuentes de aprendizaje. Escribir me enseña a conocerme mejor, y leer a vivir historias de amor y desamor; historias de la vida a su manera, porque leo, sí, pero solo titulares de prensa (no quiero que la muerte me venga a visitar y no la reconozca) y poesía. Entonces, y resumiendo, me gusta leer y me gusta escribir. Eso es todo. Y lo sería si no fuera por esas excepciones que a veces o siempre confirman que no todo es como uno quiere. Porque siempre hay normas y reglas. Apología en defensa de la propia apología. La palabra. Prefiero escribir mi propia historia y su epígrafe. Y en eso estamos un jueves de porvenir recurrente. Un jueves de renovadas esperanzas. Un jueves que no puede esperar a que el porvenir llegue: porque hoy no es un día cualquiera. Hoy es un día especial. Y no voy a permitir que la poesía se explique y mi estado de ánimo negativo me impida entenderla. Así que me dejaré llevar por el trasiego que recorre el verso hasta la prosa y me ceñiré al guión que revela la santa poesía. Y de manera tibia.
La palabra y su dicción. La conversación sabia y amena. Que no, que no me dejaré embaucar por nada ni nadie: miraré de soslayo las cosas sencillas que me encuentre para apreciarlas y me alimentaré de la ficción, de alguna absurda historia y de un poema que me explique, porque nada ocurre por casualidad... O sí. Que hablo de literatura, de creación literaria y su atmósfera lírica. De amor y santa poesía. La armonía de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario