Un martes sin poeta. Por más que busqué por ahí y por allá no encontré un poeta muerto para recordar su poesía. Hay más poetas vivos que muertos y eso es terrible porque acabarán ejerciendo de médicos para curar las cicatrices que dejan las caricias en el corazón. Ya los besos serán fraternales y las almas del purgatorio. Inestables como la Bolsa de Valores serán las miradas de soslayo. Incertidumbre total. Con suerte un te quiero será sorprendido en un descuido un sábado después de las doce cuando ya el amor se ciña a los flecos de las pestañas para dejarse llevar sin sorpresas a la cama. Ni bendito amor ni santa la poesía.
En una noche desvelada, y en el banco de un parque, dejé escrito que se me apareció una dama en su propia poesía y me llamó por mi nombre. Sobre aquella dama, bella e inteligente, esperaba que un poeta me explicara el porqué de su risa y su mirada. Y de la inapelable tentación de su cuerpo. Su argumento preferido era el amor... ¿Y ahora?
Suele pasar...
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