domingo, 5 de julio de 2015

Espérame en el cielo.

Leo la crónica de tu muerte y no puedo evitar ponerme en tu lugar. También moriré algún día, así que aprovechando tu muerte imagino la mía y la posibilidad de fuga: hoy en día por amor ya no se muere. Uno sabe que nace y muere. “Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos”. 2 CO.1.6. Pues por eso: morir sí, pero cuando toque y sin prisa. 

Si la vida es mejorable la muerte por inexorable no. ¿Dónde la urna para elegir? Todo una injusticia, pero hay que morir. Y lo peor, al margen de la propia vida, los mejores se van primero. Entre palabras, siempre deshojando amaneceres y días diferentes. Morir ha de ser una tarea meditada. “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados y tendréis tribulaciones por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Ap. 2:10. Mejor que un plan de fuga diez días a prueba sería una buena idea. Vale.

Esto de la salvación conlleva sana reputación en vida, llevarse bien con todas y mantenerse cercano a Jesús el Cristo. El objetivo en sí es una contradicción por lo que es imprescindible mantenerse fiel a una para obtener la salvación. No pienso renunciar a mi vida de pecado por la promesa de una vida eterna. Además, nadie cuida reputación. Vivir mortal bajo la promesa de la inmortalidad. Toda fantasía de vida y muerte depende de la fe. Oración y súplica pues para todos y alguna. Ciego por tu luz, te haré llegar un entrañable abrazo de consuelo por una virgen si existe. Descansa en paz.

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