Vivo en un mundo de ficción y de caprichoso amor desde hace más de una vida. También tiene que ver la poesía. Vivo en el mundo de los sueños y muerto para ella que sigue en mí. Vine ayer y vuelvo hoy, hoy como todos los días. Hoy también la he visto y vive sola porque fijo estoy muerto, sino para el mundo que me importa un carajo sí para ella... Declaro en la tierra o en la luminosidad de su estrella que estoy muerto. O en el poder que alcanza la luz y abrazaba todas mis ausencias que, sin dona, un día después de ir no volví y nadie me echó en falta. Si fuere el fin del mundo me tendrían que dar por desaparecido.
Si nacemos, tenemos derecho a vivir. Tenemos ese derecho por nacer. Pero si los sentimientos están deshabitados no merece la pena vivir. Que la Magdalena disponga de mi vida como ordena el amor y santa la poesía: belleza y armonía. Y ella que sea muy feliz. Mi amor por ella seguirá siendo el que fue, un ligero temblor cercano a un sendero de corazón herido una tarde de lluvia fina; agua de lluvia en mi frenesí, ay. Lo mejor que me pudo pasar en mi vida reciente fue ella, conocerla y que me permitiera crearme, hablo de amor, de llenar mi cuerpo de ella. Su cara de alegría y sus manos son la soflama trémula del pecado.
Si tuviera que definir exactamente el amor diría sin titubear que el amor es ella. La impronta de su ternura. La humana mujer, la quimera delirante. Así es ella. Mi desconcierto no la niega porque no puede con su triste mirada y sus caricias renacidas. Con su alma blanca. Si ni estoy o estoy muerto, égida celeste, ¿por qué vives en mí?
El humano ser requiere seguir creando ilusiones sobre el abismo de su porvenir. El amor no es dolor, no es un mundo destrozado: el amor es la capacidad de reinventarnos cada día y resistir a la tentación del ocaso y sus delirios. Amar para que la vida tenga sentido. Si es verdad lo que digo: El amor es ella.
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