Por razones de amistad y salvaguardia de un sentimiento, por cuestiones de amor y sus fundamentales derechos, por necesidad humana, es menester impregnar la vida de emociones. En relación a esta vitalidad tan precisa y necesaria, tiene uno el irresistible impulso de inmortalizar un hecho.
Hace más de una vida, formaba parte activa de los sentimientos de una hermosa mujer (sin nombre). No era una mujer cualquiera, era la mano amiga, la cercanía, la comprensión, la empatía, la sonrisa más alegre, el azahar crepuscular, la violeta bajo la hierba, los ojos enamorados, el hechizo celta, la miel en la boca, el alma bendecida por la Magdalena, la límpida palabra que me nombró amigo del alma. Una mujer, una dama en su propia poesía. Sin embargo, luego de una vida de amor y poesía, no soy capaz de reproducir la intensidad de aquella relación sobre el papel.
Aquella bella dama tenía desavenencias en los sentimientos compartidos, no lo niego ni ella lo negaba. Duele escribir estas palabras: "no lo niego ni ella lo negaba". Esta noche he vuelto en busca de sus versos en un sueño excelso y no estaba, ella sí, yo, era yo el que no estaba. ¿Qué fue de mí en sus versos y en su corazón? El perfume del ambiente era suyo pero yo no estaba a su lado... ¿qué hizo de mí? ¿Por qué le sigo escribiendo? Dibujé un refugio en el tiempo para compartirlo juntos y yo no estoy. Estuve y no estoy. Ella está, sigue allí... y está sola. ¿Qué ha sido de mí?
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