jueves, 18 de junio de 2015

De triste no salgo.

De tanto tropezar y echarme la zancadilla llego a pensar que no es tan malo quedarse a vivir en el suelo. Como mucho ya solo me pueden pisar. Es un alivio. A veces caigo en el desánimo y no encuentro fuerzas para levantarme. Me salva la Magdalena, siempre lo digo, sin ella me hubiera apeado del tren que no acaba de partir. Quizás el jefe de estación se olvidó mandar "viajeros al tren" en su día y ahora es tarde... El batallar diario y las maneras de enfrentarse a la realidad que son adversidades aparecen como nostalgias del pasado. Pero quedarme en el suelo... Si mi familia me leyera diría que es indigna mi desconfianza y desfallecer no es un verbo útil para afrontar el futuro... Será cuestión de perspectiva. No lo sé. Pero abajo también puede ser arriba...

En el suelo uno pasa de soslayo... En el suelo también hay gente que dejó de intentarlo... Incluso estoy en condiciones de afirmar que mejor el suelo que la gloria que exige la deshonra que envilece el alma. El suelo solo te exige quietud y guardar la compostura. Y ser testigo mudo de lo que veas. Y no venirte más abajo que más abajo está el infierno... De viejo es saludable acostarse en el suelo, dicen unos, y otros, que mejor en cama blanda. Si por elegir elijo cama blanda.

Quedarme a vivir en el suelo, consolarme al espejo, creer que nunca te volveré a ver está lejos de mis intenciones, pero de algo triste tenía que escribir en el aniversario de José Saramago y el animoso intento de Rajoy por lavarle la cara al gobierno cambiando ministros o simplemente sus carteras.

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