A los niños, de pequeños, se nos decía que éramos el fruto de la voluntad de un Ser Supremo y más inocente que nos traía la cigüeña de París.
Con el tiempo descubrimos que lo de la cigüeña era puro cuento, sin embargo, todavía no logramos desentrañar todo el misterio de la procedencia del ser humano y el universo.
Con la etapa escolar aprendimos las diversas teorías de la evolución que básicamente señalan que los seres humanos somos el resultado de un proceso biológico originado en un átomo inicial a partir del cual se generó un todo: esto es la materia inerte, los seres vivos y el hombre y la mujer como expresión suprema de este proceso.
Así, y hasta que las cosas no estén más claras, la formación académica de nuestros hijos debiera descansar sobre las bases del conocimiento científico y los dogmas de fe limitados a nuestro fuero interno expresado en el seno familiar y las iglesias.
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