Hablo de Eugenio y no dije que se lo conté a mi esposa. Eugenio y mi esposa también son amigos, pero no tanto como él y yo. La amistad con Eugenio viene de dona, de los años más felices de mi vida y diría, sin miedo a equivocarme, que de él también por otros motivos, principalmente porque tenía menos años y la salud lo trataba mejor. Como a Carmen, su esposa. Su esposa y la mía se llaman Carmen. Carmen es un nombre corriente en este país, y las dos temerosas de Dios y María, también corriente en este país. Pero que Eugenio y yo, a pesar de lo vivido, sigamos siendo rojos ya no es tan corriente en este país... A los dos nos apasiona la política, ay. ¡Qué le vamos a hacer, oiga!. Largas parrafadas nos echábamos en el bar cuando íbamos a almorzar. Él aún sigue yendo yo no. En ese aspecto soy más viejo que él. O no sé...
Escribo desenfadado porque si Eugenio supiera de mí como chismoso número uno de su pueblo no permitiría tristeza en mis palabras. (Te quiero, viejo amigo). Además, es evidente, no lo puede negar, sencillamente me acabo de mirar al espejo y me veo estupendo: ni ojeras, ni arrugas, ni pelo cano, ni piel seca, ni triste de morir, y en ese plan estupendo. Una amiga me dijo: "Tú mucho amigas y ninguna te lee ni te comenta". Eso es verdad, aunque lo negaría ante un juez. Como también es verdad que no me leen ni me comentan porque no me conocen... Lo tengo escrito por ahí, y lo repito siempre que tengo ocasión venga a cuento o no: "Estoy de toma pan y moja". El espejo no miente.
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