jueves, 10 de abril de 2014

¡Pobre hombre!

-¿Sabes qué me dijo? ¡No se lo tolero!. ¿Quién se cree que es? ¡Por favor!.
-Y tú que le contestaste ante tan agravio? (Prometo que no sé de qué me habla).
-Nada.
-Hiciste bien, cariño. "En boca cerrada no entran moscas". Pero entonces, ¿de qué te quejas? Algo le tenías que haber dicho si es que tanto te ofendió. Para una ofensa siempre hay una defensa.
-Ya, el caso es que, sin conocerlo, lo sobrevaloré, y ahora se lo creyó... y no veas.
-Has hecho bien, a quien no se conoce conviene sobrevalorarlo, pero al conocerlo y saber que sus argumentos son pura vanidad, hay que explicarle que la vanidad está alejada de la verdad. Y que mejor haría, para no caer en la tentanción de la mentira, sellar sus labios, pues está dejando al decubierto su ignorancia y eso solo le traerá indiferencia. Que no menosprecie la inteligencia ajena. Quien desprecia en base a su cargo es un perdedor que no sabe responder con humildad a la confianza que alguien depositó en él, y no es más que un pobre hombre.

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