Presumo que mi vida de inmoral está llegando a su fin y que a partir de ahora tendré que conformarme con repasar los álbumes de fotos y enseñárselos a mis nietos y sepan que el decrépito viejo que tanta risa les provoca en la actualidad, hubo un tiempo que solo pronunciar mi nombre infundía el mayor de los estremecimientos; cuando era la celebridad que ya no soy. En este momento me siento incapaz de mantener el prestigio que alcancé como inmoral de fama universal.
Así es que he decidido perder mis nobles apellidos y desde hoy ser simplemente un viejo con derecho a la intimidad.
A pesar de la honradez con la que siempre desempeñé mi labor de entretenimiento y malas costumbres, desde que cada cual tiene su cometido se ha complicado mi existencia y diabólicos pensamientos me atormentan; los mismos impresentables que antes festejaban mi inmoralidad hoy me sepultan en el anonimato más infame.
Esta intimidad que hoy hago pública me resulta tan dolorosa, tan insuperable me parece, que creo sin pretenderlo que derivará en insoportables noches desveladas entre la indiferencia y el remordimiento.
Pero como que hay Dios, donde hubo algo queda, y no me puedo rendir a pesar de los pesares, así que esta mañana, con la buena madrugada, he decidido recuperar la fama y el prestigio. Para ello contrataré los servicios de un matón que atemorice y convenza por las buenas o malas que se me debe considerar persona inmoral de fama universal hasta la muerte.
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