Hace muchos años, un escritor muy famoso de novela negra pasaba los veranos en casa del maestro de mi pueblo. Durante su estancia veraniega, escribía novelas de fantasmas que daban al lector la sensación de que un tropel de arañas corrían por su espalda.
Aquellos eran tiempos de fe, de creer en todo con tal de comer al día siguiente, y se creía que merodeaba por el pueblo el alma en pena de un famoso bandido a quien habían ahorcado durante la guerra. El pueblo no estaba iluminado y la noche era eterna; los vecinos no salían de sus casas. Una noche particularmente oscura, dos personas caminaban por el pueblo hablando en voz alta para darse coraje, cuando se tropezaron con el maestro:
¡Caramba, señor maestro! -dijo uno de los dos caminantes nocturnos-, ¿qué le trae por aquí en una noche tan oscura como esta? ¿no sabe que viene por la cuesta del cementerio, uno de los lugares preferidos por el ánima del bandido?
Mis queridos convecinos -respondió el maestro-, tengo miedo del ánima del famoso bandido como cualquiera de vosotros, pero más de estar dentro de casa. Mi esposa me regaló una novela de nuestro ilustre veraneante y la llevo en el bolsillo, y no me atrevo a acercarme donde haya luz suficiente para leerla.
Temo mas a los vivos que a los muertos dirían en mi pueblo, aunque...
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